Si no lo has leído ya un millón de veces, te lo cuento yo: es el híbrido enchufable más barato, y se llama Mitsubishi Outlander PHEV. Partiendo de esta base, si tienes referencia del ‘Outlander normal’, ya sea diésel o gasolina, olvídate de todo porque es completamente diferente. Bueno, por fuera no es diferente –apenas-, y lo cierto es que esta es la mejor similitud que la firma japonesa podía guardar del resto de la gama. Dicho esto, vamos con la prueba del Outlander PHEV que hemos disfrutado durante una semana.
Analizar el diseño de un coche es complicado en ciertas ocasiones, salvo en aquellos modelos que gustan y punto. Y los lenguajes de diseño asiáticos suelen ser algo muy particular, algo muy subjetivo, pero lo cierto es que, personalmente, el Outlander me convence por sus formas. El frontal viene protagonizado por una discreta parrilla con dos lamas gruesas cromadas a las que siguen perfectamente continuas las ópticas principales, rasgadas, y que continúan en su forma vertical con otro detalle cromado.
Dentro de este hueco que se forma, una decoración en plástico negro brillante que ocupa prácticamente todo el paragolpes, y con otra discreta entrada de aire horizontal y también muy discreta. El lateral muestra unas formas bastante rectas, algo que favorece la habitabilidad interior y le otorga ese aspecto sobrio, con un pilar C algo grueso y la luneta posterior sobredimensionada, que también favorece la visibilidad aunque vaya en contra, ligeramente, de su diseño.
Y volvemos a lo mismo, a que es algo muy subjetivo, pero la parte posterior es quizá la menos atractiva por formas muy rectas, con pilotos muy grandes, y con otro detalle cromado que une las ópticas de la zaga bajo la luneta, además de una protección en gris claro para la parte más baja, con otros dos faros a los lados, y uno de ellos dedicado a la marcha atrás. ¿Nos gusta? Nos convence, aunque no nos apasiona especialmente.
El interior nos ha sorprendido. Porque como ya hemos contado en reiteradas ocasiones, con este y otros modelos de Mitsubishi, lo cierto es que suelen ser robustos, sencillos y duros, pero en esta ocasión se ha cuidado el detalle de mejor manera. No olvidemos que estamos en la marca de los diamantes, aquí reina la resistencia y por tanto la mayoría de los plásticos son duros y los remates algo toscos, pero la construcción en pro de la durabilidad deja esta vez espacio a detalles visuales agradables, y en definitiva unos acabados mucho mejores. Aún mejorables, eso sí, por ejemplo en la parte delantera central de la moldura interior de las puertas, o en los mandos tras el volante, aunque se nota perfectamente que las terminaciones son de mayor calidad y los tactos, por tanto, son mejores desde el volante hasta los asientos, pasando por pequeñeces como las propias tomas de ventilación.
Tanto en las plazas delanteras como posteriores, los casi 4,7 metros de longitud que tiene el Mitsubishi Outlander PHEV se dejan notar con una habitabilidad destacable, incluso en la plaza central trasera. En esta ocasión tenemos un recogimiento lumbar mayor para todos los asientos, e incluso se han introducido más huecos portaobjetos. En el caso del Outlander PHEV, justo bajo la consola, ya en el túnel central, tenemos dos posavasos generosos con cierre, muy a mano. Y aunque siempre sería mejor llevarlo a la pantalla táctil, en el puesto de conducción también están muy accesibles los botones para la alerta de salida involuntaria del carril, el control de estabilidad, el sensor de aparcamiento o el timbre para peatones, que funciona como alerta cuando circulamos en modo eléctrico por lo silencioso que resulta, y para evitar problemas.
No nos ha gustado la holgura de la guantera central, por ejemplo, que recuerda a los viejos Outlander, y que contrasta con el resto de buenas calidades. Se echa en falta, quizá un apoyo más blando en la puerta del conductor, pero en líneas generales se han mejorado notablemente las calidades interiores, y se agradece. Además, aunque sigue pareciendo un sistema muy rudimentario, en la pantalla táctil tenemos acceso completo y sencillo a toda la tecnología híbrida del modelo, con un completo seguimiento de cómo se comporta, a todos los niveles. Otro punto muy interesante, y que nos ha gustado, es el botón dedicado a la cámara en el volante. ¿A qué cámara? En realidad, cámaras: tiene visión en 360 grados para controlar completamente el aparcamiento o el paso por zonas complicadas, y además una vista secundaria del lateral, ideal para controlar los bordillos de las aceras.
Y llegamos a la parte más interesante, que es el motor. Aquí empezaremos hablando de que el Mitsubishi Outlander PHEV tiene una potencia conjunta de 203 CV que se distribuyen de una manera muy curiosa. Tenemos un motor gasolina 2.0 litros atmosférico, de cuatro cilindros, que desarrolla 121 CV en las 4.500 rpm y 190 Nm como par máximo. A esto anterior hay que sumarle los 82 CV del primer motor eléctrico para el eje delantero, y un segundo motor eléctrico para el trasero, con otros 82 CV. Este conjunto viene alimentado por baterías de 12 kWh que requieren de unas 5 horas para una recarga completa en modo estándar, o bien media hora para exactamente lo mismo, aprovechando el sistema de carga rápida. Por eso, encontramos a la izquierda la boca del depósito de gasolina, y en el lado derecho las dos bocas de alimentación eléctrica, mientras que el cable de alimentación tiene su propio hueco en el maletero, en el doble fondo.
Sobre el papel, el Mitsubishi Outlander PHEV nos promete un consumo de 1,8 l/100 km como combinado, y una autonomía de hasta 52 km en eléctrico ¿Verdad, o no? Pues, como siempre, depende del uso que hagamos, pero nosotros sí hemos conseguido unos 45 km aprovechando los motores eléctricos, y consumos combinados de unos 3,5 l/100 km. Que no tiene nada que ver con la homologación, pero está muy bien, y sobre todo porque si nos hubiéramos quedado en esos 45 km de recorrido –muy habitual si lo usamos en ciudad con frecuencia-, entonces no habríamos consumido una gota de combustible. Pero centrándonos en el sistema híbrido, lo que realmente nos ha conquistado es que tenemos dos modos: SAVE y CHARGE, que sirven para preservar la electricidad, o bien cargar las baterías en circulación tomando la energía del motor de combustión.
En el volante tenemos dos levas que sirven para aumentar o disminuir la resistencia a la rodadura, y en realidad lo que hacen –además de permitir un avance más o menos lento- es regenerar las baterías con nueva carga aprovechando el movimiento de las ruedas. ¿Sirve esto para cargarlas al completo en circulación normal? Pues no, pero en un puerto, en descenso y con unos 20 km, sí hemos conseguido rascar para alcanzar un total de 60 km sin repostar –más o menos-. Así que, en el apartado más tecnológico –y mecánico-, es donde realmente el Mitsubishi Outlander PHEV ha conseguido robarnos el corazón.
Dejando todo esto a un lado, en nuestra prueba del Mitsubishi Outlander 220 DI-D criticábamos algunos aspectos de su conducción. De nuevo, olvídate del resto de los Outlander de los que tengas referencia, porque se ha reajustado el chasis y ahora el comportamiento es mucho mejor en carretera. No deja de ser un modelo algo subvirador, y ligeramente inestable en curvas a buen ritmo por los amortiguadores largos y blandos pensados para campo. Pero todo esto se ha trabajado y ahora es más estable y firme en carretera, a pesar de su peso y dimensiones. Y cómo no, fuera del asfalto sigue demostrando la garra de los tres diamantes con un chasis que afronta cualquier irregularidad sin despeinarse, y que además cuenta con tracción integral aprovechando el motor de combustión interna para el eje frontal, y respaldándose en el motor eléctrico posterior para el eje trasero.