A pesar del “dieselgate”, el grupo VAG sigue gozando de buena popularidad. Y dicha popularidad es bien merecida, ofreciendo productos de calidad y tecnológicamente avanzados. Uno de sus productos estrella son los motores TSI. El éxito de este motor radica en su agradable tacto, con potencia en toda la banda de revoluciones y consiguiendo unos consumos muy ajustados llegando incluso a rivalizar con el diésel. Pero vamos a intentar descubrir cuál es el secreto de funcionamiento de estos motores.
Los motores TSI (en inglés Turbocharged Stratified Injection) son motores de gasolina y la peculiar característica que los diferencia es que utilizan un turbo y un compresor. A grandes rasgos, lo que Volkswagen ha conseguido con esto, y con respecto a los FSI, es una entrega de potencia más gradual. Ahora bien, hay ciertas particularidades técnicas muy interesantes para llegar a este fin.
Así funcionan los motores TSI de Volkswagen
¿Qué se consigue con un turbo y un compresor? El compresor va conectado directamente al cigüeñal, proporcionando potencia al motor desde bajas revoluciones. Cuando el giro del motor es el adecuado y los gases del escape son aprovechables por el turbo, es este el que empieza a soplar y a realizar el trabajo. El conductor siente una potencia instantánea al acelerar, eliminando casi por completo el famoso y desagradable “turbolag”, que no es más que el retardo en la entrada del turbo por falta de gases de escape y teniendo la sensación de falta de potencia. El funcionamiento de los dos dispositivos puede ser independiente o trabajar en conjunto cuando se necesite potencia.
El grupo VAG está utilizando esta tecnología en toda clase de motores, desde pequeños 1.2 hasta los más potentes 3.0 V6. La diferencia con los anteriores TFSI es que los TSI incorporan los dos sistemas de sobrealimentación, mientras que los TFSI solo montaban un turbo. Los actuales TSI sobrepasan a los anteriores tanto en grado de uso como en potencia y economía.