Las más habituales a día de hoy son las baterías NCM –de níquel, cobalto y manganeso- y las baterías LFP –de litio ferrofosfato-. Y siempre existe la duda de si la carga rápida en corriente continua provoca una mayor degradación sobre este tipo de baterías. Es decir, si acorta su vida útil o provoca una pérdida de autonomía más acelerada.
Y la respuesta rápida es que sí, pero hay muchos matices importantes. Y es que depende de la química de la batería, de la potencia de carga que se utilice y también del uso real. Afortunadamente tenemos datos de investigación, de conductores particulares y de flotas para resolver la duda de la forma más detallada y esclarecedora posible.
¿Cómo le afecta la carga rápida a las baterías?
La cuestión en todo esto es que la carga en corriente continua a potencias elevadas implica que la batería reciba altas corrientes. Y esto resulta en un mayor calor interno, que a su vez propicia posibles procesos indeseados como los depósitos de litio metálico en el ánodo de la celda. Si se producen estos depósitos, las celdas se dañan de forma irreversible. Es lo que conocemos como degradación, y da pérdidas de autonomía y aumentos en la resistencia.
Es por esto que los fabricantes suelen recomendar moderar el uso de la carga rápida. Pero las baterías NCM son más estables y resistentes, mientras que las NCM son más sensibles a altas temperaturas y tensiones. Algo que, por otro lado, se busca siempre compensar con sistemas de refrigeración debidamente adaptados para mantener controlada la temperatura de la batería.
Es cierto que las LFP tienen menor densidad energética, pero ofrecen una mayor estabilidad en términos generales. Tienden a resistir entre 2.000 y 5.000 ciclos de carga y descarga antes de caer al 80% de su capacidad original. Además, toleran mejor el calor y altas tasas C. Las baterías NCM tienen mayor densidad energética, pero no son tan robustas. Sufren más con las temperaturas altas y la carga intensa, y tienden a resistir entre 500 y 1.500 ciclos hasta decaer al 80% de su capacidad original.
¿Qué dice la evidencia en laboratorio?
Las pruebas sobre celdas LFP han mostrado que al cargar a 4C, que sería equivalente a 240 kW en una batería de 60 kWh de capacidad, apenas se observó una degradación extra del 2% después de 4.000 ciclos frente a la carga 1C. Es decir, que tienen una muy alta tolerancia a la carga rápida.
Sin embargo, en pruebas con NCM se ha observado que pequeños aumentos en la tasa de carga, apenas de 1C a 1,5C, aumentan la degradación en un 23% más. En tasas extremas, como 4 ó 6C, la química se ve alterada y se acorta de forma drástica. Un estudio del año 2025, de Carnegie Mellon, practicó pruebas durante 16 meses haciendo más del 90% de cargas rápidas. Y en estas pruebas, las LFP no mostraron degradación adicional significativa, mientras que las NCM sí perdieron capacidad de una forma más rápida.
En este interesante análisis, tan reciente, se pudo observar también que las NCA son las más sensibles y vulnerables.
¿Y qué dicen las pruebas en condiciones reales?
Fuera de las pruebas de laboratorio, tenemos distintos datos de ‘pruebas en condiciones reales’. Flotas monitorizadas por Geotab, en datos del año 2024, han mostrado que la carga rápida en clima cálido provoca una degradación más rápida, mientras que en climas templados la diferencia fue mínima. Según los datos de sus pruebas, los eléctricos modernos apenas se degradan a un ritmo del 1,8% anual. Y es que, evidentemente, tanto a nivel de química como de gestión térmica lo vehículos eléctricos han mejorado de forma muy destacable.
Un estudio anterior, sobre unidades del Nissan Leaf, del año 2012, mostraron que tras 80.000 km de uso las unidades cargadas a 50 kW de potencia mostraban un 3% más de degradación que las unidades que tan solo se habían cargado en corriente alterna. Y hay que tener en cuenta, fuera del reducido efecto de la carga rápida en este caso, que aquel modelo no tenía un sistema de refrigeración líquida para la batería.
La potencia de la carga tiene una fuerte influencia en la degradación
Pero no todo es cuestión de diferenciar entre LFP y NCM, o entre carga en corriente alterna y en corriente continua. Se ha podido medir la influencia de la potencia de carga y ha quedado demostrado que no es lo mismo cargar a 50 kW que hacerlo a 250 kW. En tasas 1C, on cargas de 50 kW o menores, el impacto es muy reducido incluso después de muchos ciclos de carga y descarga.
En tasas 2, o 3C, rondando los 100 a 150 kW de potencia, aproximadamente, en baterías LFP apenas hay diferencia. Y en las NCM la degradación sí que aumenta a largo plazo, aunque sin llegar a ser algo dramático. En tasas 3, 4C o incluso más, con cargas de 250 kW y más, sí que se ve cómo las NCM y NCA ven reducida su vida útil de una forma más clara. Y las LFP continúan siendo notablemente más resistentes, aunque es crítico contar con una buena refrigeración para evitar picos de temperatura.