Como podrás imaginar, los frenos cerámicos, o más bien discos de freno cerámicos, vienen de la competición. Antes de introducirse en los coches, en realidad, se desarrollaron pensando en la industria aeronáutica –como muchos otros avances del automovilismo-, y en los años 80 es cuando se estrenaron en la Fórmula 1 para, casi 20 años después, estrenarse en un coche de calle: Porsche fue pionera con el Porsche 911 GT2, que contaba con este sistema de freno como equipamiento de serie.
De los aviones a los coches de competición, y de ahí a los coches de calle
Ya sabemos que gran parte de los avances en sistemas de freno vienen de los aviones, y los frenos cerámicos –y carbocerámicos- también han seguido esta línea, pero pasando antes por el campo de la competición. Y su característica clave, o diferencia respecto a los convencionales, está en que su compuesto se basa en composite cerámico, de una dureza elevada y enorme resistencia a la abrasión. Pero claro, esta composición junto a las fibras de carbono que se introducen también en los discos como parte de su estructura, y para absorber las tensiones que se producen en el uso, sólo ofrecen sus mejores propiedades en caliente.
Los discos de freno cerámicos, o carbocerámicos, ofrecen ventajas únicamente en conducción deportiva bajo exigencias muy elevadas.
Frenos cerámicos: sus ventajas e inconvenientes
El compuesto, y su procedimiento de fabricación a más de 1.500 ºC, permiten propiedades muy interesantes. Por ejemplo, que soporten más de 800 ºC en un uso intensivo sin problemas graves dada su elevada estabilidad térmica y temperatura de trabajo. Pero claro, esta misma ventaja supone un problema, porque su eficacia es la adecuada cuando la temperatura es alta, mientras que pierden mordiente y precisión cuando la temperatura del disco es baja.
Si tu coche no es un deportivo, o no vas a utilizarlo como tal, no vas a aprovechar las propiedades que ofrecen.
Es decir, que en un uso exigente es cuando nos ofrecen un rendimiento excepcional gracias a propiedades como su resistencia superior al choque térmico, estabilidad térmica superior en los 1.350 ºC y una temperatura de trabajo más elevada. También tienen un coeficiente de dilatación más reducido respecto a los discos de freno habituales, y ofrecen otra serie de ventajas que permiten la máxima frenada en altas temperaturas. No sufren tanto de fatiga, pero el problema está en que todo esto sólo nos beneficia en un uso muy exigente, mientras que en una circulación normal tendremos únicamente un componente más caro, y que por las condiciones de baja temperatura de funcionamiento no nos ofrecerán ventajas notables.